Los viejos tranvías de Chamberí, el Manzanares con sus canciones y su pólvora de la guerra, la inmensa Gran Vía, alta y luminosa, con su olor caraqueño a arroz a la cubana y a plátano frito, los consumeros de Ventas, los poetas de café, la sangre obrera en los espartales de Vallecas, los flamencos, con su atardecer de raza, en la taberna de Antonio Sánchez, la niña Envidita, que no pesaba nada en las básculas porque no tenía pensamiento. Etc. Francisco Umbral tiene un sentido novelesco de la autobiografía y un sentido memorialístico de la novela. Todo se cruza aquí para darnos, como escribiera Haro Tecglen en El País, "una totalidad deslumbrante". Este ambicioso, ávido y completísimo libro se desarrolla en círculos como el del Alighieri: en un círculo, el joven escritor que reparte periódicos, vive en el Arroyo Abroñigal y hace versos en los tabernones de Atocha. En otro círculo, los cafés literarios, los artistas de la deuda, las mujeres hermosas y comincantas que son como un desgarrón del día con su luz propia, como un desgarrón de la noche, con sus cuerpos de oro vivo... En otro círculo... Y así indefinidamente en Madrid girante, populoso, mareante de hombres y de días. Grandioso.